“To be, or not to be an island…”

Britannia

Estampilla británica de propaganda de la Primera Guerra Mundial

Cual Hamlets del siglo XXI cuestionados por la globalización, ésa fue la pregunta que hace unas semanas se hicieron 33 millones de votantes del Reino Unido para definir si continuaban formando parte, o no, de la Unión Europea. Como ya se sabe, ganó el brexit. Más allá de si el resultado fue el indicado para el futuro de nuestra economía globalizada, o si 17 millones de personas son estúpidas, aldeanistas, ignorantes o cualquier adjetivo que le quieran agregar los queridos compañeros representantes del clasismo progresista preponderante de las redes sociales, sobre lo que quiero hablar en estas líneas es acerca del brexit visto a la luz de dos obras de dos autores distintos: Stefan Zweig y J.M. Coetzee.

Sí, sé que uno no espera ver en un mismo artículo a dos escritores tan dispares. Escritores que se encuentran separados por distintas circunstancias como la lengua, los continentes, los años y los contextos históricos que vivieron (y vive todavía el segundo de ellos), pero creo que tanto El mundo de ayer: “Memorias de un Europeo”, de Stefan Zweig, como Esperando a los bárbaros, de J.M. Coetzee, pueden ayudar a pensar de una mejor manera la situación aludida. Primero hablaré sobre el más viejo y luego sobre el Nobel sudafricano.

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Stefan Zweig

El mundo de ayer:“Memorias de un europeo” es la autobiografía del propio Stefan Zweig. Fue escrita durante su exilio en Brasil causado por la Segunda Guerra Mundial y la Shoah (Zweig era judío, aunque nunca fue practicante). En este libro, el escritor austriaco da al lector un hermoso retrato de la Europa que le tocó conocer durante la mayor parte de su vida: la de la Belle Époque que se hundió en un torrente de sangre por causa de un asesinato en Sarajevo. A lo largo de todo el libro, Stefan Zweig alude en distintas ocasiones a que esos fueron los mejores años para la cultura europea; los años en que las naciones convivían entre sí dentro del ideal del progreso y con la fe puesta totalmente en todo lo que podía llegar a alcanzar el ser humano.

Cuando se lee esta obra, uno es capaz de entender el motivo por el cual Wes Anderson puso que se había basado en los escritos de Zweig para crear The Grand Budapest Hotel: toda la película recrea un ambiente que respira el aire de las obras de Zweig, sobre todo el de su autobiografía: el del mundo europeo que convive en completa armonía dentro de un Hotel; un mundo con personas de distintas nacionalidades que se ve devastado por la guerra que cae sobre la centroeuropea república de Zubrowka (un guiño con la natal Austria de Zweig). Como apunte al margen, se puede agregar otra relación muy curiosa entre la película y la obra de Zweig: las palabras dichas por el personaje de “El autor”, en su caracterización de anciano cuando habla sobre el trabajo del escritor, son palabras parafraseadas del inicio de una de las novelas del austriaco, La piedad peligrosa.

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Fotograma de la película The Grand Budapest Hotel

La autobiografía de Zweig es un panegírico a la cultura europea. Sólo basta ver el título de la obra para entender que, a diferencia de muchos de los votantes del referéndum británico que tomaron la decisión de salir de la UE para evitar la llegada de más inmigrantes procedentes de Europa del este, él se consideraba europeo antes que considerarse meramente austriaco. Estudiante en Berlín, escritor en Viena, turista en Londres, adorador de Tolstói en Rusia, compañero de lecturas de Émile Verhaeren en Bélgica, refugiado de guerra y compañero de plática de James Joyce en la Suiza neutral de la primera guerra mundial: Stefan Zweig fue hasta el final de su vida un firme defensor de la unión de Europa y de la cultura que emanaba de todo el continente. No obstante, esta misma pasión al viejo mundo fue la causante de su suicidio: no podía soportar ver cómo la Europa que el había conocido se derrumbaba en 1942 frente al embate del nazismo. Su sueño por ver una Europa unida se cumpliría hasta años después de su muerte.

Por otro lado, mucho más al sur que las tierras de Stefan Zweig, se encuentra John Maxwell Coetzee. Nobel en el 2003, el escritor sudafricano ayuda a pensar la situación de la globalización actual y el más inmediato evento sucedido en Reino Unido. En su novela, Esperando a los bárbaros, Coetzee deja ver una realidad del pasado colonial (de la cual Reino Unido fue uno de los principales representantes a lo largo de la historia): en un puesto de avanzada de la frontera de “El imperio”, un magistrado se cuestiona durante toda la obra si realmente es correcta la postura que se toma frente a “Los bárbaros”: buscar atacarlos en todo momento aunque no exista una agresión por parte de ellos; satanizarlos como enemigos y como todo lo contrario a los “valores” de la civilización que encarna “El imperio”. ¿Cuál era la justificación de estas acciones? Asegurar la defensa de los territorios de “El imperio” frente a la amenaza de “Los bárbaros”. ¿Les suena familiar?

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J.M. Coetzee

En una forma clara y con una prosa bellísima, Coetzee expone preguntas que todavía, en nuestra actualidad, es necesario tratar de pensar: ¿está justificado el racismo a costa de defender los “valores” que representa una cultura particular? ¿Hasta qué punto un ser humano puede defender la cultura en la que ha crecido sin agredir a otras culturas que buscan integrarse a ésta? ¿Se puede estar en contra de la integración sin necesariamente caer en el racismo, la xenofobia o la discriminación? Son muchas preguntas la que arroja la novela de Coetzee, sobre todo cuando se lee a la luz del contexto del Apartheid en Sudáfrica (la novela se publicó en 1980) y, ahora en nuestro tiempo, a la luz de los muchos casos de xenofobia que han florecido a lo largo y ancho del mundo: sólo basta ver los periódicos para que uno se percate del racismo existente en cualquier parte del mundo (unos días después del referéndum en Reino Unido, en un tranvía de Manchester, unos jóvenes blancos insultaron con comentarios racistas a un británico de ascendencia india y con rasgos que no asemejaban al “británico prototípico” [lo que sea que signifique eso]. Aquí se puede ver el video: https://goo.gl/cHFYor).

El hecho es que Reino Unido decidió abandonar la Unión Europea. ¿Es algo bueno o malo? Ni el uno ni el otro: la gran mayoría de las veces, a diferencia de como se piensa regularmente en el mundo occidental, a partir de oposiciones binarias, las cosas no son blancas o negras; buenas o malas. Es cierto que el brexit marca un antes y un después en el neoliberalismo instaurado desde los años ochenta con el motivo de buscar crear un mundo mucho más globalizado; también tienen razón los que esgrimen el argumento del gran beneficio que tenía para los jóvenes el hecho de poder viajar, trabajar y estudiar por Europa de una manera totalmente fácil y que el continente siempre tendrá mayores beneficios mientras mayormente integrado se encuentre (todavía se escucha el eco de voces como la de Zweig).

Sin embargo, no hay que dejar de ver la otra cara de la moneda. Sí, es cierto que gran parte de los que votaron a favor del brexit dieron argumentos que, para muchos de los que creemos en la integración, la pluralidad y el multuculturalismo, carecen de sentido: la xenofobia, el racismo, la gran llegada de migrantes (como se puede ver, en el 2016 “El imperio” todavía sigue atemorizado por la llegada de “Los bárbaros”) o la añoranza de un pasado imperial de la isla que no es parte de Europa (la misma reina pidió que le dieran 3 razones por las cuales Reino Unido tenía que permanecer dentro de la UE [ http://goo.gl/fuXGUp ]).

Empero, no por estos argumentos se puede descalificar totalmente a una mayoría integrada por más de 17 millones de habitantes, de los cuales, muchos no ven con buenos ojos el proyecto europeo: gran parte de los británicos, incluidos muchos de los que votaron por permanecer en la UE, no se sienten representados realmente por los dirigentes de la Unión: Bruselas aparece a los ojos de muchos británicos como una ciudad abarrotada de burócratas que desconocen las particularidades existentes en cada parte de Europa y que, como dejaron ver en casos como los de Grecia o España, parecen responder más a los intereses económicos de la denominada Troika europea (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) que a los de los propios seres humanos que habitan la Unión Europea.

Son muchas las conclusiones que se pueden extraer del resultado del referéndum. Sin embargo, ya sea para bien o para mal, el brexit ganó. Lo que nos queda es ver la manera en que se van desarrollando los sucesos en el futuro. No obstante, es bueno de vez en cuando pensar la actualidad desde distintas lupas: la literatura siempre es idónea para hacer esto. Libros como Esperando a los bárbaros y El mundo de ayer siempre nos permiten pensar de una manera distinta los sucesos que se nos presentan en la actualidad: he allí el valor de la literatura como una forma de repensar la actualidad que vivimos para intentar comprenderla y, a partir de esto, intentar siempre hacerla más agradable y llevadera para todos los seres humanos que la habitamos.

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