El mal de Borges

Jorge Luis Borges

Cada persona tiene una manera particular de hablar. Aunque a veces no nos damos cuenta de esto, todos nos expresamos de una manera distinta. No es lo mismo hablar de algo que nos interesa que de algo que no nos pasa siquiera por la mente. Ya sea la literatura, el fútbol, la música o la danza: todos estos son temas distintos que, dependiendo de la persona que hable sobre ellos, serán tratados de una manera totalmente diferente. Para mí, al menos en este texto, lo que me importa es la manera particular que se tiene para hablar de la literatura.

En una de las (muchas) conferencias que Ricardo Piglia ha dado sobre Borges (https://goo.gl/3CxQNI), él comenta una cosa muy particular que me dio pie para pensar sobre lo anteriormente aludido. Piglia menciona, con justa razón, que una de las grandes virtudes de Borges fue la de carecer (irónicamente una virtud puede ser a veces carecer de algo) del petulante defecto del paternalismo literario. Y es que es totalmente cierto: Borges escribía como si el lector tuviera la misma enorme pasión que él sentía por la literatura — lo que Vila-Matas llamó El mal de Montano—. Borges no le traza al lector una pequeña biografía de quién es Américo Castro o sobre cuál es el valor que tiene el Compadrito para los argentinos: él da por sentado que su lector es una persona que lo sabe, pero, sobre todo, que tiene un interés real en lo que está leyendo para poder entrar en una conversación de ideas y pensamientos. En esto, Piglia compara a Borges con los columnistas de fútbol: tanto el primero como los otros no se detienen a explicarle al lector el tema principal del que están hablando (qué tedioso sería tener que leer siempre las biografías de los jugadores que se mencionan en la columna o tener que ser instruido en lo que consiste el noble duelo de los penales) porque dan por entendido que el lector tiene interés en lo que va a leer.

Curiosamente, en la literatura no se ha aprendido muy bien de la lección que Borges le “aprendió” a los columnistas de fútbol. Actualmente se pueden leer columnas de reseñas o críticas literarias en las que el autor parece que busca poner más “explicaciones” al entendimiento del lector. Intencionales o no, estas explicaciones que el autor le da a su lector sólo alejan a uno del otro y destruye toda posibilidad de un buen acto de lectura en la que el texto del autor sea entendido por el lector (escondernos detrás de las florituras del barroco es propio de nosotros los jóvenes, no de la supuesta élite literaria mexicana que ya rebasa unas cuantas décadas [https://goo.gl/GAm4Fv]). Tan sencillo que es bajarse del escalón del ilustrado para poder entablar una conversación sobre un tema que puede ser del interés de ambos interlocutores.

Son innumerables las lecciones que se le pueden aprender a Borges sobre cómo escribir, pero creo que de las más importantes es la de nunca escribir con el paternalismo literario que caracteriza, como bien comentó Piglia, a la gran mayoría de los suplementos y revistas culturales, y también creo yo, a una enorme cantidad de personas relacionadas con la literatura que están en búsqueda de una aprobación intelectual del otro. En su discurso de ingreso al Colegio Nacional, Juan Villoro dijo que “la literatura es la más asombrosa forma de conversar con los difuntos”, lo cual es una verdad como un puño, pero que puede ser ampliada para decir que la literatura también existe para enseñarnos a aprender a conversar con los vivos.

Roberto Magaña

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